Buenos Aires, 28 de febrero de 1972.



Señor Stephen L. Schlestinger
John Simon Guggenheim Memorial Foundation


Estimado señor:

Lamento responder con tanto atraso a su atenta carta del 2/12/71.

(...) Por la misma, esa fundación me comunica que se le ha sugerido mi nombre como posible interesado en una beca Guggenheim. (...) Ahora bien, y con el respeto que ustedes merecen por el solo hecho de haber obrado con lo que se supone es un gesto de buena voluntad, deseo dejar en claro que mis convicciones ideológicas me impiden postularme para un beneficio que, con o sin intención expresa, resulta, cuanto más no sea por fatalidad del sistema, una de las formas más sutiles de penetración cultural del imperialismo norteamericano en América Latina.


(...) Los antagonismos entre ese imperialismo y nuestros pueblos son profundos y violentos en todos los frentes, incluido por supuesto el de la lucha cultural, y en este momento han llegado a una etapa de grandes definiciones en toda la extensa nación latinoamericana. Esto impone la claridad y a coherencia como deberes ineludible del intelectual latinoamericano, cuya condición de ninguna manera entraña un privilegio sino una entera y exigente militancia.


No soy un hombre de fortuna, como tampoco lo son la mayoría de mis compañeros, (...) pero me parece inaceptable postularme para un beneficio que proviene del sistema al que critico y que combato y que, por otra parte, y eso es lo más grave, de alguna manera me complica con él. No niego que, en el orden personal, habría significado una gran oportunidad para mí (...). Yo entiendo que no puedo hacerlo y que mi gran oportunidad en este momento es América, su pueblo, su lucha la enseñanza y el camino que nos señalara el comandante Ernesto Guevara. Por lo demás, yo he sido jurado de la Casa de las Américas en 1971, el mismo año en que usted me escribe, y considero que esa distinción que he recibido del pueblo cubano es absolutamente incompatible con una beca ofrecida por una Fundación creada por un senador de los Estados Unidos, o sea, no un hombre del pueblo norteamericano, sino del sistema que lo oprime y nos oprime.

Haroldo Conti